Dichosa excusa

Un cabaret, dicen, y lo llaman Gilles de Rai. Literario, el cabaret, dicen, un micrófono y un escenario. La gente, así somos. Creamos cosas, y no todas son de esas que se pueden tocar. Dichosa excusa.

Gilles de Rai. Un cabaret. Un escenario, un micrófono. Hay un cartel, cuatro o cinco actuaciones programadas. Y también, al final, hay una convocatoria, abierta, una jamm session. El momento del público. El momento de quien quiera subir a ese escenario. El momento de quien tenga algo que decir, algo que mostrar, leer, contar. Explicar. Y tal vez, digo, sólo tal vez, te hagas la pregunta, entre el público, tu cabeza entre todas esas cabezas, te preguntes, si deberías subir ahí. Dar el paso. Dar la cara por lo tuyo. Y te preguntas: entre el público, entre todas las cabezas, cuántas se harán tu misma pregunta.

Tal vez, digo, sólo tal vez, te levantes a por una cerveza, y junto a la barra, en una mesa, veas la hoja, la lista con los nombres, los turnos. El bolígrafo. Y tal vez, tu mano, manejada, por no se qué curioso impulso, escriba tu nombre. Y tal vez, aún tengas tiempo de beber, al menos dos cervezas más, antes de que el presentador pronuncie tu nombre y deje el micrófono a tu cargo. Y tal vez un último chupito.

Te subes al escenario. Cuando estás arriba, y miras al público, comenzar a hablar es lo más difícil. Hay nervios. Obvio. No estás acostumbrado a esto. Necesitas un impulso, porque si no, lo único que vas a vivir es el silencio, y todas esas caras que esperan a que comiences lo que sea que vayas a comenzar. Los nervios te mantienen, unos segundos, de pie, con la boca abierta, parado, a tres centímetros del micrófono. Y de pronto hablas. Y dices quién eres, y explicas lo que has ido a hacer. Presentas lo que viniste a presentar. Y lees. Tanto tiempo, meticuloso, escribiéndolo en tu casa.

Si te pones ante el micro es porque sabes moldear, o al menos lo intentas, eso de dar forma a todo el conglomerado que nos rodea, energías contrapuestas, conflicto eterno, la vida real. Trabajas por convertirlo en otra cosa. Digieres toda esa amalgama, la procesas, la transformas y la utilizas como sedimento para construir algo, un poema, un relato, cualquier cosa, que sea al menos un poco mejor de lo que ya tenemos. Algo, al menos, más honesto. Al menos lo intentas. Y ese material es ahora tragedia, épica, humor. Algo absurdo. Un poco ridículo. Pero mejor que en la vida real.

Todos esos que puedes ver en el escenario, tal vez, tienen esta necesidad. Y lo puedes ver. Cómo suben al escenario, cómo se acercan al micro, cómo, cuando leen, arrugan sus hojas. Tienen la necesidad de sentir, que todo el esfuerzo, el trabajo, minucioso, sirve para algo. Y si eres de los que pisan el escenario, ese algo, es lo que expresan todas esas caras. Lo tienes ahí, justo delante, en la cara del público, que en cuanto pronuncias la palabra, ellos la reciben, y reaccionan, respondiendo de inmediato a tu estímulo. La risa, la tensión, la nostalgia, todo eso que estuviste planeando, ensayando, durante tanto tiempo. Tu punto de vista. Tus cosas. Y esperas, de alguna manera, que sean tambien las cosas de los otros. La diferencia es que tú las cuentas. Son tus cosas. Y lo haces de la mejor manera que sabes. Y además, disfrutas con esto. Durante unos minutos, tus cosas, tu esfuerzo, todo eso, tiene sentido. Cuando desciendes, y al fin pisas el suelo, los nervios se han convertido en adrenalina. Esa es la señal.

Esto, dicen, los que pisan su escenario, es el Cabaret Literario Gilles de Rai. Dichosa excusa.

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