Tras un justo juicio, el Ser Supremo mandó llamar al ente pecador. Era hora de dictar sentencia.
Habiendo asumido la responsabilidad de sus actos, el acusado se dispuso a acatar la pena que le fuera impuesta. Nada ya podía hacer ante la magnificencia del viejo sabio.
El martillo tornó silencioso todo el cosmos. El veredicto fue contundente:
–Tu vida compendia todas las faltas. Tus actos, son fiel reflejo de la perversa sustancia que tu alma contiene. Injusticia, odio y desdicha. Estafa, chantaje, tráfico, violación y extorsión de corazones puros, de vírgenes presencias. No muestras ni un ápice de arrepentimiento, serás duramente castigado. Te condeno, pues, a ser humano.
El ajusticiado pidió un último deseo:
– Adán seré llamado.
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